MUERTE DE OFELIA (Acto IV, escena VII)
REINA Hay un sauce
que ha crecido torcido al borde de un arroyo
y sus pálidas hojas copia
en la corriente cristalina.
Allá con guirnaldas fantásticas fue ella,
Tejidas de ranúnculos, ortigas, margaritas,
Y esas largas orquídeas
A las que los pastores desenvueltos
Dan un nombre más burdo,
Pero que nuestras castas doncellas conocen
bajo el nombre de dedos de muerto;
allí por las pendientes ramas,
para colgar sus hierbas en corona
intentando trepar, una envidiosa rama
se rompió, y los trofeos que con hierbas tejiera,
y ella misma, cayeron en el lloroso arroyo;
sus vestidos se abrieron, y a modo de sirena,
la mantuvieron por un tiempo a flote,
durante el cual ella cantaba
trozos de antiguas melodías,
como quien no se percatase de su propia desdicha
o como una criatura
nativa y destinada a ese elemento.
Mas no podía transcurrir gran rato
antes de que sus ropas,
pesadas con el agua que las empapaba,
hundieran a la pobre desdichada
desde su canto melodioso
hasta su cenagosa muerte.